Me senté en un sofá cómodo. Al lado hablaba un grupo de personas, todas alrededor del hermano negro de mi amiga. Ni sé de qué hablaban. Llegó luego la hermana negra, fea, mal arreglada en una bata de dormir, y se sentó al lado de su hermano negro. Ambos idénticos. Mi mente estaba en otro lugar…realmente hastiado, y el calor era insoportable. Pero en ese momento llegó mi amiga. Ella no era negra, sino blanca, aunque no precisamente hermosa, su rostro era agradable y su buen ánimo y simpatía siempre levantaban mi espíritu.
- ¿Eres adoptada? – Le pregunté al observar el color y fisonomía de sus hermanos.
- Si. Claro. Ella también es adoptada. Es la árabe, la loca.
Se refería a una niña desgarbada que pude observar en todo el frente de donde estaba yo sentado; encerrada en una habitación amplia con la puerta cubierta sólo por una tabla de madera azul, que dejaba un pequeño espacio por donde la extraña niña me miraba.
- Ay no…la miraste.
De pronto, el rostro de mi amiga cambió su expresión por completo. La invadió el pánico. Todos los demás en la habitación quedaron estáticos y un aura pesada envolvió a todos. Las cosas comenzaron a subir del suelo, todo flotaba, como si la gravedad de pronto hubiese adquirido también el confuso estado de la gente a mí alrededor. Yo estaba aturdido, no entendía muy bien que sucedía, cuando súbitamente mi amiga me dio de un tirón de la muñeca y me condujo violentamente al balcón, cerrando la puerta con seguro tras de sí. Estaba muy nerviosa.
- Disculpa ¿hice algo mal? De verdad no sabía nada
Pero no hubo respuesta, sólo una sonrisa forzada que me trataba de decir que no me preocupara, por supuesto con muy poca efectividad. En ese momento salió también al balcón un travesti, por una puerta deslizable de vidrio, cerrándola al salir. “Se escapó la loca”, dijo, también con risas nerviosas que realmente me molestaban. Allí fue cuando me invadió el pánico. Escuchaba claramente los gritos y las cosas golpeándose y quebrándose. No podía entender cómo una niña tan delgada y débil podía hacer tal escándalo. Sin embargo, un momento después lo pude confirmar. Un fuerte ruido sobresaltó a los tres que estábamos afuera: la niña dio un golpe tremendo contra la puerta de vidrio, con una potencia que me dejó abismado. Tras de ella pude observar varios hombres y mujeres que trataban de detenerla, lo cual se convertía en una tarea casi imposible por la fuerza sobrenatural que tenían que contener.
Las puertas de vidrio no pudieron soportar más la presión y cedieron, cayendo con ellas la niña y la gente que la contenía, en un bautismo de vidrios y sangre volando por los aires. Nuevamente sentí un violento tirón de mis muñecas: era mi amiga que por la otra puerta me sacaba de allí y me condujo de la mano hacia unas escaleras que tuvimos que bajar, junto con la travesti. Yo corría tras ellas a través de un laberinto de interminables escaleras, atajos, entradas. Bajando siempre, cruzaba esquinas, subía y bajaba escaleras. Había algunas personas besándose en ellas, otras fumando marihuana e inyectándose heroína, otras hablando y riendo mientras nos veían correr como locos, bajando siempre, y nos trataban de dar ánimo. En un momento las perdí, pero un tipo con lentes Ray Ban de aumento y sombrerito negro me indicó hacia donde habían ido. Cuando las ví, muy delante de mí, todo se me hizo oscuro, y no recuerdo nada más.
- ¿Eres adoptada? – Le pregunté al observar el color y fisonomía de sus hermanos.
- Si. Claro. Ella también es adoptada. Es la árabe, la loca.
Se refería a una niña desgarbada que pude observar en todo el frente de donde estaba yo sentado; encerrada en una habitación amplia con la puerta cubierta sólo por una tabla de madera azul, que dejaba un pequeño espacio por donde la extraña niña me miraba.
- Ay no…la miraste.
De pronto, el rostro de mi amiga cambió su expresión por completo. La invadió el pánico. Todos los demás en la habitación quedaron estáticos y un aura pesada envolvió a todos. Las cosas comenzaron a subir del suelo, todo flotaba, como si la gravedad de pronto hubiese adquirido también el confuso estado de la gente a mí alrededor. Yo estaba aturdido, no entendía muy bien que sucedía, cuando súbitamente mi amiga me dio de un tirón de la muñeca y me condujo violentamente al balcón, cerrando la puerta con seguro tras de sí. Estaba muy nerviosa.
- Disculpa ¿hice algo mal? De verdad no sabía nada
Pero no hubo respuesta, sólo una sonrisa forzada que me trataba de decir que no me preocupara, por supuesto con muy poca efectividad. En ese momento salió también al balcón un travesti, por una puerta deslizable de vidrio, cerrándola al salir. “Se escapó la loca”, dijo, también con risas nerviosas que realmente me molestaban. Allí fue cuando me invadió el pánico. Escuchaba claramente los gritos y las cosas golpeándose y quebrándose. No podía entender cómo una niña tan delgada y débil podía hacer tal escándalo. Sin embargo, un momento después lo pude confirmar. Un fuerte ruido sobresaltó a los tres que estábamos afuera: la niña dio un golpe tremendo contra la puerta de vidrio, con una potencia que me dejó abismado. Tras de ella pude observar varios hombres y mujeres que trataban de detenerla, lo cual se convertía en una tarea casi imposible por la fuerza sobrenatural que tenían que contener.
Las puertas de vidrio no pudieron soportar más la presión y cedieron, cayendo con ellas la niña y la gente que la contenía, en un bautismo de vidrios y sangre volando por los aires. Nuevamente sentí un violento tirón de mis muñecas: era mi amiga que por la otra puerta me sacaba de allí y me condujo de la mano hacia unas escaleras que tuvimos que bajar, junto con la travesti. Yo corría tras ellas a través de un laberinto de interminables escaleras, atajos, entradas. Bajando siempre, cruzaba esquinas, subía y bajaba escaleras. Había algunas personas besándose en ellas, otras fumando marihuana e inyectándose heroína, otras hablando y riendo mientras nos veían correr como locos, bajando siempre, y nos trataban de dar ánimo. En un momento las perdí, pero un tipo con lentes Ray Ban de aumento y sombrerito negro me indicó hacia donde habían ido. Cuando las ví, muy delante de mí, todo se me hizo oscuro, y no recuerdo nada más.
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