El cadáver de Siegfried yace exánime en la pira funeraria. Brunilda mira el cuerpo de su esposo, el de aquel héroe que la despertó y salvó del sueño denso en que la sumió su padre, el gran Wotan, señor del Walhalla. No quería ella desobedecerle, en aquella ocasión en que él le ordenara asesinar a Siegmund y Sieglinde, los gemelos amantes, padres de Siegfried; pero ella conocía su destino, sabía que el hijo de Sieglinde estaba destinado a salvar el anillo de las garras de Wotan, y tuvo que traicionar a su padre, ayudando a los amantes a escapar. No pudo escapar del omnipotente Señor de la Guerra, y éste terminó castigándola… ¡a ella! ¡A su hija favorita! La gran Brunilda, la mayor de las valquirias, las guerreras que cabalgan por las lejanas tempestades. Pero su padre, que tanto la amaba, tuvo que poner en sus hombros el terrible peso de la mortalidad, quitándole su divinidad. Ahora observaba con resignación a su esposo muerto. Vio en su mano el anillo de los nibelungos, hecho con el oro robado a las hijas del Rin, las hadas protectoras del río.
Años atrás, Alberich, el rey de los enanos nibelungos, robó el oro de las hijas del río Rin, y forjó con él un anillo, en el que concentraría toda su ambición, pero fue maldito por las hijas y el que lo poseyera sería condenado a la perdición. Wotan también ambicionaba el anillo, y engañó y robó a Alberich, haciéndose con el poder del tesoro. Sin embargo, el Dios se vió obligado a pagar con él a los gigantes Fafner y Fasolt por la construcción del Walhalla. Entonces Fafner asesinó a Fasolt, apoderándose del anillo y convirtiéndose en dragón, para encerrarse en una cueva a custodiar su tesoro. Wotan jamás dejó de pensar en el anillo y como recuperarlo, cuando descubre de la existencia de Siegfried, criado por el nibelungo Mime, y enterándose de que no conocía el miedo, lo insta a asesinar a Fafner y recuperar el anillo para sí, cosa que el héroe hace sin más. Lo que Wotan no sabía era que Alberich deseaba venganza al dios traidor, y utiliza a su propio hijo Hagen para consumarla.
Brunilda toma el anillo en sus manos y lo expone en lo alto. Recuerda el momento en que Siegfried la descubre, dormida en el bosque, encerrada en el círculo de fuego en que la encerrara su padre años atrás. El la despierta, y se enamoran de inmediato. Pero su amor es efímero, poco después de desposarse, Hagen asesina a traición a Siegfried. Pero muy en el fondo de su corazón, ella conocía su destino.
Ahora he tomado
lo que me pertenecía...
¡Anillo maldito!
¡Terrible anillo!
Cojo tu oro
y ahora me deshago de él.
A vosotras inteligentes hermanas
de las profundidades,
ninfas nadadoras del Rin,
os doy las gracias
por vuestro buen consejo.
Os entregaré
lo que tanto deseáis:
¡Cogedlo de entre mis cenizas!
¡Este fuego que me quema
limpiará el anillo de su maldición!
Vosotras en el agua
lo disolveréis
y con cuidado protegeréis
este oro brillante que
tan vilmente os fue robado.
Se ha puesto el anillo en el dedo y se vuelve ahora hacia el montón de leña, sobre el que yace, extendido, el cuerpo exánime de Siegfried. Le arrebata a uno de los soldados una enorme antorcha, la agita y señala con ella hacia el horizonte.
Cuervos, volad a casa!
¡Contadle a vuestro señor
lo que oísteis decir junto al Rin!
¡Id a la Roca de Brunilda
y decidle a Loge,
que aún arde allí,
cual es el camino del Walhalla!
¡Ya se acerca
el fin de los dioses!
¡Así... en la orgullosa fortaleza
del Walhalla arrojo esta antorcha!
Arroja la antorcha sobre la pira de maderas, la cual se inflama con rapidez. Dos cuervos han echado a volar desde una roca junto a la orilla y desaparecen hacia el cielo. Brunilda descubre su caballo, que en este momento traen dos hombres.
¡Grane caballo mío,
a ti te saludo!
Ha salido a su encuentro, con rapidez le quita las bridas y después se inclina cariñosamente hacia él)
Amigo mío,
¿también sabes a dónde te llevo?
Tu amo,
Sigfrido mi héroe glorioso,
yace brillando entre las llamas.
¿Relinchas de ganas de seguir
los pasos de tu amigo?
¿Acaso las llamas sonrientes
te atraen hacia él?
Siente como arde
también mi pecho.
¡El fuego resplandeciente
se ha apoderado de mi corazón...
que ansía abrazarle
y ser abrazada por él
y así permanecer unidos
en un amor monumental!
¡Heiajoho! ¡Grane!
¡Saluda a tu señor!
¡Sigfrido! ¡Sigfrido! ¡Mira!
Ha subido al caballo y ahora lo hace encabritarse para prepararlo para el salto.
¡Tu alegre esposa te saluda!
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