ELOGIO
AL VARON
alzado a mástiles de raza poderosa,
hijo de predilecta estirpe.
Alta es la marea que danza en tu
corolario,
y que tras largos años crecida,
atas a tu espalda como madrugada solitaria
de la reina encinta.
La espada de tus besos corroe mi cimiente.
Diste a mi piel nombre recorrido,
espacios y aberturas de selva
arrasada por los vientos.
Manglares talados
en las aguas de tus miembros,
que han acariciado mi medida
hasta sus mieles bien cultivadas.
Velabas mi sueño,
y soñando te vi como dios,
y como agua salada, de suculentos bajeles,
que cubre el lecho de amar
en sus flancos de piedra.
Rito de tu abrazo, solsticio de pieles
por ese sol que nace empenachado
sobre el relieve de tu abdomen.
Abrázame aún más fuerte
que la succión del hundimiento,
y aún más que los despojos
de la goleta a medio consumir.
Soy como bahía abierta
en donde encalla la más profunda
penetración de los aromas,
y al tuyo ya he sembrado floración
y helechos, aún donde las fronteras
han sucumbido ante el oro embaldosado.
Suculenta tu lengua como alamedas de
islote,
no de palabra, sino de frescura.
Túnica rota en medio del rito de la
concupiscencia.
Placer de hombre es placer
de alta montaña en archipiélago;
enseñorearse de azules infinitos,
de sal de cuerpos
en la más espléndida sudoración,
el calor de las diademas
de todos los linajes de mayorazgo.
Ante el mar de la noche,
que mece sus algas con la parsimonia
de la muerte en sí misma,
he visto negrura en tus ojos de naufragio,
y he sabido que la lluvia en verano
abre siempre sus espacios
entre la hojarasca de los bosques.
Tu eres la lluvia primigenia
y yo el barro donde fluyes libremente
como leche de ofrenda.
¡Oh, amor, llena mis hombros de sal!
Eres hombre, como hombre es el océano
que besa mis playas ostentosas.
Espero la brisa de tu voz,
como esperan las islas
a las corrientes primaverales.
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